viernes, 19 de abril de 2013

El precio del Nirvana.



El precio del Nirvana:
Prólogo:
El callejón era oscuro, apartado y silencioso. Sus pisadas desesperadas, cansadas, se arrastraban por el suelo asfaltado. Al llegar al final se topó con un muro contra el que descansaban varios contenedores. Se arrodilló echándose hacia atrás, dejando caer  todo su peso contra la pared. Parecía que lo había despistado. Después de todo, había sido campeón de atletismo no hacía mucho tiempo. 

Cerró los ojos, y pensó en todo lo acaecido esa noche. Había sido tan extraño... Antes de que pudiera darse cuenta estaba siendo perseguido por un psicópata que le había propinado una brutal paliza y lo había amenazado dispuesto a hacerle picadillo con un instrumento completamente desconocido para él.
Y ahora estaba allí, perdido en el corazón de la ciudad. Perdido y sin teléfono móvil.  Pero aquello había terminado. Esperaría unas horas antes de salir de detrás de aquellos contenedores y pediría ayuda a gritos. O eso pensaba...

De repente, oyó un murmullo, una especie de cántico grave acompañado por el sonido de unas zapatillas de tela arrastrándose vagamente hacia donde él se encontraba. Sin prisa, sin pausa. El individuo sabía perfectamente dónde se encontraba. 

Fue entonces cuando Ray reconoció a su atacante. Tembló. Estaba débil y arrinconado, no podría huir. Miró a su alrededor intentando buscar alguna salida, alguna esperanza que le proporcionara un hálito de vida: una posibilidad de escapar. Pero fue en vano. Llegados a ese punto, pensó que, quizás hubiera sido mejor haber seguido corriendo hasta que alguien lo encontrara, y no meterse directamente en la boca del lobo, oscura, fría y sentenciante.

 Su perseguidor fue aminorando la marcha hasta que se posicionó a un metro de él. Le sonrió. Era una sonrisa brillante y serena, aunque, por el contrario, sus ojos reflejaban euforia. Eran ese tipo de ojos que sólo está presente en los locos, ojos tornados en blanco casi en su totalidad, ojos de placer..

Levantó su extraño artilugio. Una enorme vara de bambú hueca terminada en un afilado pico.  De su interior había empezado a manar un liquido incoloro. 
El atacante dio un paso hacia delante, bajó el imponente báculo y alzó una mano en  la dirección de Ray. 

En ese instante, todo su mundo se transformó en dolor  y angustia. Su cuerpo se estremeció intentando huir inútilmente..entonces, lo entendió: no había nada que hacer. Cerró los ojos y se dejó morir. Lo ultimo que escuchó  fue esa voz, ese cántico incomprensible alejándose. Le ardía el pecho, pero eso ya no le importó más..

Eran las 22:22.

domingo, 14 de abril de 2013

Parches para el alma

Una vez, en algún sitio leí, algo parecido a esto: " una vez mi padre me dijo:« hija, el arma más peligrosa es la palabra, porque allí donde ésta abrió una herida, difícilmente va a cicatrizar».
No sé si era así, si en realidad lo leí o lo he soñado...el caso es entender, que sea como sea que lo recuerde, es cierto hasta la última coma, hasta el último punto.
Lo que quiero decir, es que no hay que ser incauto..hay que aprender a reflexionar y a ser conscientes del dolor que una frase inadecuada, en un momento inoportuno, a la persona incorrecta, puede ocasionar; que a cualquiera puede dejarle una huella palpable en su "ego interior" de por vida.
Soltamos ( a veces sin quererlo y otras veces reiteradamente) disparos sin pistola, puñaladas sin puñal, y luego esperamos remendar las heridas como si de un siete en nuestra prenda favorita se tratara.
Ahí es dónde incurrimos en una grave equivocación: el alma es a prueba de zurcidos y proclive a las heridas ( quizás algún día inventen parches para el alma, pero mientras tanto...).




Para evitar esto tan sólo debemos recordar este simple dicho: es mejor ser dueño de tu silencio que esclavo de tus palabras.
   Así evitarás dañar a quien te quiere, y  a la terrible compañera de viaje que puede ser la culpa..